La camiseta España

Bandera de España ondeando en la Casa Botines.

La olvidada alta política trazó las líneas rojas de los asuntos de Estado que no podían ser esgrimidos como bandería. Eso fue un pacto más de caballeros entre aquellos dirigentes de partido de la Transición, que hicieron de sus funciones pegamento social y no repelente. En el ensimismamiento de aquel momento, la controversia del debate mantuvo sus decibelios, porque teníamos que darnos cuenta de que empezaba a nacer una democracia que tenía liturgias opuestas a los sometimientos y silencios de la dictadura que quedaba atrás. La política exterior y la lucha contra el terrorismo, que por entonces laceraba sin piedad, se convirtieron en asuntos de consenso, librado ya el trámite constitucional que tanto enseñó en ese camino hacia la convivencia.

No se trata de activar el bucle melancólico. Los tiempos pasados no fueron ni mejores ni peores, solo diferentes, un parámetro con sistema de medición no sujeto a cuantificaciones, salvo en la abstracción de los sentimientos. No obstante, la deriva adoptada por la lid política actual induce a la añoranza de una forma de hacer las cosas que está muy por encima, en fondo y forma, de los estilos pendencieros que se soportan en el presente.

La figura de un presidente de Gobierno está expuesta, faltaría más, al escrutinio exigente y milimétrico, en clave doméstica, de los partidos de la oposición. Incuestionable legitimidad, esencia de toda democracia. Se ha olvidado que exigencia no es sinónimo de bronca constante, de asechanza sin tregua a la responsabilidad más alta del consejo de ministros por tierra, mar y aire, por no aludir al totum revolutum de meter en el mismo saco las parcelas públicas y privadas del cargo. Las estrategias del 'todo vale', se sabe como empiezan, pero no como acaban, y no es descabellado que desemboquen en el conflicto civil. No será por falta de antecedentes.

En consonancia con esa alta política, la de salón, cuando nuestro primer ministro (cuanto más me gusta esta acepción que la que gastamos de presidente del Gobierno), rebasa las fronteras patrias, nada más pisar o sobrevolar tierra o cielos ajenos, el traje del partido pasa al armario y se enfunda la excelencia de la camiseta llamada España. Ya no es un dirigente de partido, es la representación carnal de nuestro país. Desde la asunción de esa responsabilidad se ha de invalidar al momento el debate en clave nacional. En los foros exteriores o supranacionales a los que acude lleva la marca España, no la del liderazgo del grupo político con el que se encarama al inquilinato de La Moncloa. El Estado, no el partido, tutela esa política, de ahí la necesidad de los consensos. Por ello, obligado es que en esas cumbres internacionales, nuestro hombre o mujer lleve bien guardadas en el zurrón las propuestas e ideas de la oposición. Con estas reglas del juego, pues, prohibido hacer política cortoplacista.

Cumbre de la OTAN

Viene esto a cuento de la última reunión ejecutiva de la OTAN, donde nuestro presidente del Gobierno en turno actual, no aceptó las pretensiones draconianas para España, en su habitual estilo bravucón y mafioso, del mandamás del país que sufraga la mayor porción de costes de la organización militar de Occidente. La oposición de signo ideológico contrario al gobierno, en un bando, optó por el silencio que grita, o pleitesía al emperador, u ocasión a no desaprovechar, para seguir en su táctica depredadora de devorar la pieza a la que cree tener sometida. En el otro bando, el más extremo, el lameculismo a este sátrapa, al que ha llamado gran capitán, se cisca en el patriotismo de verdadero sentimiento, y deja sin máscaras el patrioterismo de bandera en la frivolidad de los aditamentos externos. Curiosa forma de batirse por España, a favor de quien nos pide un gasto inasumible, no para nuestra seguridad, sino para invadir de pedidos la poderosa e insaciable industria armamentista de su desnortado, en lo moral, país.

En los tiempos de la Transición hubo un jefe de Gobierno que, cuando balbuceaba la democracia, pidió al colectivo político afín y opuesto, ser capaces de hacer entender a los ciudadanos que la política debía ser misión cotidiana de complicidad con los ciudadanos. Y en ese encuadre se fijó una acción en el exterior desnuda de intereses partidistas. La cumbre de la OTAN en La Haya ha puesto la coherencia nacional y comunitaria a la altura del betún.

Acudo al deporte para dar forma concreta al deseo de aquel estadista y a lo expuesto en el cuerpo de esta columna. Me detengo en la especialidad más seguida en nuestro país: el fútbol. El equipo España se nutre de los jugadores nacionales de los clubes en los que militan aficiones irreconciliables por los impulsos más viscerales y tribales. Cuando la selección mete gol, lo asumimos como logro de la camiseta roja. El que suscribe, madridista, dio el gran salto cuando Andrés Iniesta, del F.C. Barcelona, encontró la portería holandesa en una maravillosa noche en Johanesburgo que nos hizo campeones del mundo. ¡¡Coño, ganó España!!

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